Común y calle: mujeres que caminan, miran y capturan historias
Por: Marissa Rodríguez-Sánchez
Salir a la calle con una cámara en mano siempre implica cierto grado de exposición. Mirar el mundo a través del lente es una declaración: estoy aquí, veo esto, me importa. Para muchas mujeres, esta afirmación tiene un peso doble. No sólo decimos veo, sino también existo en un espacio históricamente construido y observado por otros. La fotografía de calle hecha por mujeres no es sólo un registro de lo habitual, sino también una manera de habitar la ciudad desde una perspectiva propia, de narrar el mundo con otra voz.
Cada una de nosotras, las morras que integramos Comunacalle, tiene su propia búsqueda. Algunas se sienten atraídas por el bullicio de la fiesta; otras, por los gestos de ternura, por la huella del tiempo en las fachadas o el inefable vínculo entre las personas y su entorno. Hay quienes persiguen la naturaleza, las pequeñas grietas en el asfalto donde brota la vida, por el color de los mercados. Algunas se detienen en la belleza o en el dolor, en los detalles etnográficos que cuentan más de lo que aparentan.
Tomar fotos en la calle puede ser intimidante. No sólo por la posibilidad de incomodar a los demás, sino porque el acto de levantar la cámara implica una negociación constante con la mirada ajena. Nosotras, las mujeres, sabemos que ocupar el espacio público siempre conlleva tensiones. Desde niñas se nos enseña a ser cuidadosas, a no exponernos demasiado, a evitar riesgos que, en realidad, nunca desaparecen. Lo constatamos con dolor y con rabia, porque muchas salieron un día y no volvieron. Y por ellas, por nosotras, afirmamos que nuestra mirada importa; nos conducimos con la certeza de que, hacer foto, también es un acto de memoria.
En Comunacalle somos muchas las que compartimos esta pasión. Un grupo disfuncional donde nos encontramos, nos reconocemos y nos alentamos a seguir saliendo, a confiar en nuestra intuición. Equilibramos la afición por la fotografía con el interminable trabajo dentro y fuera de casa, con la maternidad, con el cansancio de los cuidados y con el miedo. Por eso, no es exagerado pensar la foto como un modo de entendernos mejor a nosotras mismas y al mundo que habitamos. La cámara es pretexto y es brújula hacia historias que quizás no habríamos visto sin las mujeres que nos precedieron, aquellas que se hicieron un lugar en un oficio que no las esperaba ni las deseaba, pero que caminaron con la cámara lista, desafiando la invisibilidad impuesta.
Muchas veces su trabajo quedó relegado, sus nombres olvidados, sus miradas minimizadas. Algunas abrieron camino luchando activamente contra un entorno hostil. Otras, desde la discreción, insistieron en hacer lo que amaban. Todas, sin pedir permiso. A las madres y abuelas que nos allanaron el camino, les agradecemos su terquedad, su resistencia y los espacios que hoy habitamos. Sin ellas, muchas de nosotras no estaríamos aquí, cámara en mano, reclamando una mirada propia.
Este 8M queremos presentarnos, porque sabemos que nuestra mirada importa. Porque cada imagen que capturamos es una forma de decir: esto es lo que veo, esto es lo que me mueve, esto es lo que quiero recordar. No buscamos grandes escenarios ni personajes extraordinarios. Nos interesa lo que sucede en la vida de todos los días. En este ejercicio aprendemos juntas a mirar una calle común, con una perspectiva propia.
Fotografías por : Pat Lugo