el ir y venir

El día comienza desde las 5:00 am, preparándose para poder llegar temprano al trabajo, salió de su casa a prisa esperando no encontrar mucho tráfico y así llegar un poco mas rápido a la estación del Metro más cercana. 

Abordó el primer tren del día con la esperanza de poder descansar un poco durante el trayecto, pero sus planes se vieron interrumpidos por un despertar repentino. La sensación de haberse pasado de estación lo inundó de pánico, solo para darse cuenta de que aún le quedaba un largo camino por recorrer.

Al llegar a la estación Pantitlán, se encontró con el habitual caos de las mañanas: escaleras llenas de personas ansiosas por llegar a su destino, mientras los policías intentaban mantener un mínimo de orden entre la multitud. Con determinación, se abrió paso entre la maraña de cuerpos y logró alcanzar el andén de la línea 9. 

La lucha por encontrar un lugar en el vagón se convirtió en una batalla cuerpo a cuerpo, donde cada centímetro de espacio era disputado con ferocidad. Con los audífonos puestos y la música resonando en sus oídos, se sumergió en un estado de semi trance mientras el tren se aproximaba. Sin embargo, la realidad volvió a golpearlo cuando las puertas se abrieron en un lugar distante, obligándolo a enfrentarse una vez más al tumulto de personas en busca de un resquicio de comodidad en medio del apretujamiento. 

Después de un complicado viaje, finalmente llegó a su destino: el taller donde desempeñaba su labor como soldador. 

Entre chispas y humo, se movía de un lado para otro, uniendo piezas de metal con gran habilidad. El taller resonaba con el sonido constante de la soldadura, mezclado con golpes de un martillo  sobre el metal y los gritos de los compañeros que discutían sobre la mejor manera de llevar a cabo cada maniobra.

A lo largo del día, se enfrentó a diferentes desafíos, desde soldar piezas delicadas hasta trabajar en proyectos de gran envergadura. Cada tarea requería su atención plena y su habilidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes del taller.

A pesar de el cansancio acumulado y el arduo trabajo, nunca perdió el ritmo ni la pasión por lo que hacía. Cada chispa que volaba de su soldadora era un recordatorio del por que le apasionaba su oficio.

Con el reloj marcando las 5:00 pm, llegó el momento de decidir cómo regresar a casa. Ante la encrucijada entre tomar la combi, que lo dejaría un poco más cerca pero probablemente tendría que viajar de pie, o optar por el metro, a pesar del mar de gente que lo caracterizaba, no vaciló en elegir esta última opción. 

Para él, el metro representaba algo más que un simple medio de transporte. Era un escenario lleno de vida, donde cada viaje era una nueva aventura, una oportunidad para sumergirse en el bullicio y la diversidad de la ciudad. A pesar de las incomodidades y el agobio de la multitud, encontraba un cierto encanto en perderse entre el mar de personas que compartían su mismo trayecto.

Así, sin dudarlo, se aventuró una vez más en el laberinto de pasillos y andenes del metro, dejándose llevar por la corriente humana que lo llevaba de regreso a casa. A cada estación que pasaba, observaba con fascinación el constante flujo de personas que entraban y salían, cada una con su propia historia y destino. 

A pesar de las dificultades y los desafíos que enfrentaba a diario, nunca dejaba de sorprenderse por toda la energía que transmitía el Metro de la Ciudad de México. Para él, era mucho más que un simple medio de transporte; era el latido frenético de una ciudad en constante movimiento, un reflejo de la diversidad y la vitalidad que la caracterizaba. Y así, con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de asombro, se sumergió una vez más en el ir y venir del metro, para poder así descubrir personas y escenarios fascinantes y llevarlos en su memoria.

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